LouisyLouis ha vivido en muchos sitios, todos ellos en el centro de la ciudad de Madrid.
En su infancia LouisyLouis era conocido como 'El gamberro de entre las grandes vias'.
La mayor parte del tiempo y hasta que se emancipó, LouisyLouis ha vivido en la calle Mayor (Cerca de la Puerta del Sol) y entre la Gran Vía (entonces Avda. de José Antonio) y La Gran Vía de San Francisco era el niño más gamberro que exista en el barrio (la casa en que vivia era alquilada y por la entonces Ley de Renta Antigua, a la muerte de mi padre, mi hermana y yo teni´íamos derecho a adquirirla por poco dinero. La compramos por diez millones de pesetas (principios de los '90) y la vendimos a las pocas semanas por cuarenta millones de pesetas).
Iba al colegio que estaba en la misma Puerta del Sol de Madrid, y en la zona había montones de billares. Lo que aprendí en aquellos años de colegio. Aprendí a jugar al billar y al futbolín, y además más cosas, pero sin importancia, como Física, Matemáticas, etc.
Por la tarde, a la salida del 'cole' que estaba situado en la Puerta del Sol, no poniamos a jugar al escondite. A un juego del escondite muy especial. La red ferrocarril metropolitano de Madrid (conocido simplemente como 'El Metro'), entonces constaba de cuatro líneas y un ramal entre Ópera y Príncipe Pío.
Tres de ellas pasaban por la Puerta del Sol, la cuarta era la de Argüelles-Diego de León, y además, existía el ramal que comunicaba la estación de Ópera con la estación del Norte. Este era el ámbito del juego del escondite. Todo valía.
El juego del escondite consistía en desplazarse por todo Madrid usando el metropolitano y cuando se encontraba a un oponente, este era eliminado. ¡Qué tardes!
También de pequeño, y como vivía en el Centro de Madrid, me iba una tarde al escaparate de un concesionario de Bultaco (Cantó, que se trasladó después a la calle de La Princesa) a ver expuesta a mi amor platónico, la Bultaco Lobito 74 c.c. Me pasaba la tarde embobado con la nariz pegada al escaparate. A la siguiente tarde me iba a IBM, que estaba en la calle Serrano, Lo mismo, con la nariz pegada al escaparate y embobado viendo las grandes unidades de cinta y de discos funcionando. Y así, semana tras semana.
El Corte Inglés.-
Otras muchas tardes las pásabamos en el único 'El Corte Inglés' que existía entonces. El Corte Inglés de la calle Preciados. El Corte Inglés comenzó siendo una pequeña tienda en la calle Preciados de Madrid, con esquina a las calles Carmen y Rompelanzas, dedicada a la sastrería y confección para niños que había sido fundada en 1890 (mi padre era sastre en la zona y por ello se la historia). Allí íbamos por que se estaba calentito (en aquella época y dado el gran frío que hacía en las casas la gente iba por lo mismo pero al final compraba algo y así fue creciendo hasta llegar al imperio que es ahora.
Grandes catástrofes acaecidas en Madrid.-
Hubo una serie de hechos acontecidos en el centro de Madrid que me impresionaron bastante.
Uno fue el incendio de la Calle Carretas, calle en la que habrá habido más pero por mucho tiempo este fue “el incendio de Carretas”. No ha sido de los más trágicos que ha sufrido Madrid, pero a mí me causó tanta impresión primero porque yo era un niño y en esa etapa de la vida todavía no se te ha erosionado la capacidad de impresionarte, y en segundo por las extraordinarias circunstancias, hoy inimaginables, que lo rodearon.
Chaguaceda era un almacén de tejidos ubicado en los pisos tercero y cuarto del número 12 de la calle Carretas. El día 24 de septiembre de 1960, entre las diez y diez y cuarto, se declaró un incendio en el piso tercero, parece ser que por un cortocircuito.
Los heridos, algo inimaginable hoy, fueron evacuados a las “casas de socorro”, en taxis y coches particulares. Aún no existía el SAMUR.
Otro incendio que causó impacto en la época fue el ocurrido en la tarde del día 4 de septiembre de 1987 en uno de los almacenes más populares de la capital: los almacenes Saldos Arias, en el número 29 de la calle Montera.
La combustión de los materiales que se almacenaban en Saldos Arias provocó una intensa humareda que dificultaba la respiración en la zona. Las llamas crecían sin parar. Pese a trabajar con máscaras, muchos de los bomberos -hasta una treintena a medianoche- resultaron intoxicados.
Hacia las tres menos cuarto de la mañana, el incendio parecía extinguido. De repente, uno de los sótanos se hunde y arrastra en la caída a los forjados de la parte central del inmueble, muy debilitados por la acción del fuego. El desplome deja atrapados a varios bomberos.
En los primeros momentos, fue difícil concretar cuántos eran los afectados: se sabía quiénes estaban de servicio, pero no los que se habían presentado voluntarios pese a estar en su día libre.
Otro de los hechos que se producían frecuentemente era el de usar el viaducto de la calle de Segovia o viaducto de la calle de Bailén para quitarse la vida.
Su enorme altura (23 metros) lo convirtió en el lugar ideal para el suicidio casi desde su inauguración en 1875, pues ya una semana después de ésta los periódicos daban la noticia del primer suicidio y del segundo ocho días más tarde. Ambos serían sólo los primeros de una larga lista que iría forjando la triste leyenda del viaducto como destino por excelencia para los madrileños que eligen poner fin a su vida.
También se hizo famosa la historia del suicidio fallido.
Comienza nuestro melodrama con una hermosa joven de familia bien, enamorada de un apuesto, pero pobre, aprendiz de zapatero. La familia bien de la chica bien, por supuesto, prohíbe a su hija que se case con el zapatero. La pobrecilla chica no soporta el dolor de estar separada de su apuesto, pero pobre, mozalbete. Llevada por la desesperación, se sube a lo alto del Viaducto.
Como esto es un melodrama en toda regla, todo está listo. El viento le golpea la cara, cierra los ojos, aprieta los puños...y salta. Pero, ¡oooh, milagro madrileño! Parece ser que, durante la caída, su falda o sus enaguas se inflan, se hinchan como un globo, se transforman en una especie de paracaídas que frena la velocidad fatal de su descenso. La chica acaba en el suelo, algo magullada, con los ojos como platos y, ¡atención!, con solo un tobillo roto. 23 metros de caída y un tobillo roto. ¿Es o no es un milagro melodramático?
Aprendiendo a jugar al billar.-
Durante mi época de bachillerato me convertí en un maestro del arte de 'hacer pellas' (habilidad también conocida como 'capear las clases' o 'irse de monte'), es decir, fugarse de las clases (y como el fin es lo importante, pues al final aprobaba).
¿Y en qué usaba ese tiempo de las clases? En algo que consideraba fundamental, más que la gramática española o la religión y era, aprender a jugar al billar (después, durante mi estancia en la Escuela Superior de Ingenieros Industriales use la misma habilidad para aprender a jugar al mus. Y además aprobé con sobresaliente ¿bueno, no?.
Total que pasé el bachillerato entre los Billares Victoria, situados en la calle del mismo nombre y los Billares Cortezo situados en la calle del Doctor Cortezo (siempre me sorprendió la habilidad de los dueños de los billares para nombrar sus negocios).
Realizaba además otras muy importantes actividades como 'el ligue' (lo que a esa edad resultaba bastante dífícil, pero hombre ...)
Les contaré un secreto pero no se lo digan a nadie "Shhh!!!"
Los fines de semana, cuando íbamos 'pa' el pueblo pues, los viernes por la noche me iba con los 'amigotes', pero volvía a casa muy pronto, tan pronto que, era casi de día y, más 'mamado' que Dean Martin en la 'peli' "Río Bravo". Como sabía que me estaban esperando entraba a casa hacía atrás y portando una caña de pescar, caña de pescar que previamente había dejado antes de irme.
"¿De dónde vienes?", me decían.
"¿Vengo, vengo? No si me voy a pescar. ¡No veis la caña!"
Y claro, según llegaba al río tiraba la caña y me tumbaba bajo el primer árbol que encontraba. Y eso cuando llegaba al río y no había encontrado un árbol conveniente ya.
Aprendiendo a jugar al futbolín.-
Cuando terminé el bachillerato me cambié de colegio para hacer el C.O.U. pero continué con mi afición de 'hacer pellas' y, así, me convertí en un maestro del futbolín. Como era 'novato' pues, me tocaba jugar siempre con el Atlético de Madrid y, el equipo contrario era el Real Madrid. Pues siempre ganaba. En pocas ocasiones se han producido tantas victorias de los 'colchoneros' contra los 'merengues' (con perdón para los colchoneros, pero es la verdad).
Algo de paracaidismo.-
Cuando terminé el C.O.U. y dada mi vocación por los 'parájos motorizados' me presenté al examen de ingreso en la academia militar del aire de Matacán y, aprobé. Cuando se lo dije a mi padre que era sastre, me dijo:
"Tengo muchos clientes que son pilotos de aviación y están todos locos",
y no me dejó incorporar.
Total que, tuve que pensar donde matricularme. Tendría que ser una carrera de 'ciencias' ya que, con cinco años hice una radio (que funcionaba perfectamente) y con siete le arregle a mi padre el coche que no había dejado tirados en mitad de la nada, y otras cosas sin importancia.
Me daba igual en dónde matricularme, pero a final me decidí a hacerlo en la Escuela Superior de Ingenieros Industriales de Madrid. ¿Por qué? Pues porque tenian piscina, campos de tenis, campo de fútbol sala, etc. Las materías que impartieran no me importaban mucho.
Nada más llegar me apunté a un curso de paracaidismo que allí daba instructores de la FENDA (FEderación Nacional del Deporte Aéreo). Después de una preparación física en el gimnasio de la Escuela fuimos a realizar las prácticas al aeródromo de Sanchidrián (Ávila). Recuerdo lo costoso que era para la avioneta Piper ir ganando altura con el peso que llevaba.
Una vez alcanzada la altitud de salto (600 m)., el instructor nos decía cada segundo que saltaramos (realmente nos daba una patada en el trasero cada segundo).
Éramos responsables de prepararnos los paracaídas (principal y emergencia) en cada salto. En cada salto pero no en el primero, en que los paracaídas ya se nos entregaban preparados por 'paracas' del ejército. y tienes que realizar ese primer salto, aparte de la novedad de saltar cuando allá abajo ves las casa del tamaño de hormigas sin saber si en las bolsas llevas la tela correctamente plegada, o han metido un cerdito.